Por Max Rojas
Malos, pésimos tiempos los que, como humanos, se nos vienen encima. Tiempos de asco y de vergüenza, tiempos de miedo, tiempos en los que lo ya casi nada en que aún podríamos o queríamos creer estalla en inmundicias, tiempos de nada, tiempos en que la desesperanza, a nivel planetario, se abate sobre este nuevo, novísimo milenio, volviéndolo ya, desde ahora mismo, un cadáver —y nosotros con él—, cadáveres que sobreviven, por ahora.
Tiempo de asesinos —y de psicópatas—, de enfermos del espíritu y de amafiados con los más turbios intereses pecuniarios del petróleo y la muerte. Se trata, ahora, de dominar el mundo, de imponer por la fuerza las profecías apocalípticas de un demente alucinado por la rabia. Que la vida en este planeta dependa de las fobias de un parapléjico mental que, para peor desgracia, está al frente de la única y más cínica, rapaz y agresiva —gansteril y hamponesca, debe decirse— potencia militar del mundo, es, sobre todas las cosas, una pesadilla. Pero, una pesadilla que puede hacerse realidad en cualquier momento.
Tiempo de asesinos —y de psicópatas—, de enfermos del espíritu y de amafiados con los más turbios intereses pecuniarios del petróleo y la muerte. Se trata, ahora, de dominar el mundo, de imponer por la fuerza las profecías apocalípticas de un demente alucinado por la rabia. Que la vida en este planeta dependa de las fobias de un parapléjico mental que, para peor desgracia, está al frente de la única y más cínica, rapaz y agresiva —gansteril y hamponesca, debe decirse— potencia militar del mundo, es, sobre todas las cosas, una pesadilla. Pero, una pesadilla que puede hacerse realidad en cualquier momento.
De ahora en adelante, todas las naciones podrán llamarse Irak cuando al Mesías esperpéntico y, además, paranoico, así se le antoje arrasarlas a sangre y fuego sin mayores disculpas, y todos, sin excepción, los habitantes de este mundo (los que no somos ellos, claro) seremos tratados como iraquíes cuando nos llegue el turno. La globalización, eso que tanto cautiva a las mentes serviles, será un éxito, pero, en los hornos de la muerte. Habrá un libre mercado de cadáveres maravilloso.
No hace falta inventar razones para la masacre. Basta la mentira, basta el cinismo y basta la hipocresía para desatar la matanza. Bush, Hitler de pacotilla —sería risible sino fuera tan trágico— brama, y sus dos dóciles lacayos —el sujeto que asna y el mayordomo inglés—, acudirán, serviles, a calmarlo como abyectos y grotescos payasitos de la muerte.
¿Quién sigue en la lista? Porque, si no los detenemos, Irak es sólo el comienzo. Lo que se viene es un planeta en ruinas para mayor gloria de un imperio que, cercado por el odio y por su propio miedo, puede ya sostenerse sólo por la fuerza bruta —y está dispuesto a hacerlo, a sembrar, no nada más la muerte, sino el miedo salvaje que los carroña por dentro—.
¿A quién le toca, luego de que Irak (que ojalá no suceda) quede convertido en un inmenso cementerio y en tierra calcinada? ¿Irán, Siria, Palestina, Corea del Norte, Somalia, Cuba, Venezuela, México, España misma, pese al servilismo del sujeto que asna? Porque el amo acaricia el lomo de sus esclavos mientras le son útiles, después, los manda de un puntapié y sin mayores miramientos a los estercoleros de la historia, de donde nunca deberían de haber salido. Que sea así esta vez, y que los basureros de la historia se repleten de esta escoria, junto con otros, de su misma calaña.
No hace falta inventar razones para la masacre. Basta la mentira, basta el cinismo y basta la hipocresía para desatar la matanza. Bush, Hitler de pacotilla —sería risible sino fuera tan trágico— brama, y sus dos dóciles lacayos —el sujeto que asna y el mayordomo inglés—, acudirán, serviles, a calmarlo como abyectos y grotescos payasitos de la muerte.
¿Quién sigue en la lista? Porque, si no los detenemos, Irak es sólo el comienzo. Lo que se viene es un planeta en ruinas para mayor gloria de un imperio que, cercado por el odio y por su propio miedo, puede ya sostenerse sólo por la fuerza bruta —y está dispuesto a hacerlo, a sembrar, no nada más la muerte, sino el miedo salvaje que los carroña por dentro—.
¿A quién le toca, luego de que Irak (que ojalá no suceda) quede convertido en un inmenso cementerio y en tierra calcinada? ¿Irán, Siria, Palestina, Corea del Norte, Somalia, Cuba, Venezuela, México, España misma, pese al servilismo del sujeto que asna? Porque el amo acaricia el lomo de sus esclavos mientras le son útiles, después, los manda de un puntapié y sin mayores miramientos a los estercoleros de la historia, de donde nunca deberían de haber salido. Que sea así esta vez, y que los basureros de la historia se repleten de esta escoria, junto con otros, de su misma calaña.
Nadie está a salvo de la barbarie. Basta ser pobre, o musulmán, o negro o aborigen de las Américas o budista, o judío (pero humilde y decente), o cristiano, pero habitador del tercer o cuarto mundo o, simplemente, caerle mal al megalómano que se siente amo del mundo, para que las armas de avanzada tecnología —las más destructivas, claro, las más horripilantes—, quemen, maten, masacren, arrasen pueblos. ¿Quién sigue en la lista? ¿A qué nuevos horrores debemos enfrentarnos en lo que viene por delante, mientras los nuevos genocidas, estos nazis de la nueva camada, sienten que les dejamos las manos libres?
La estupidez y el cretinismo como símbolos de este milenio —y el miedo, el miedo omnipresente, el miedo como única certeza de la sepultura de la vida—. Porque, nazis al fin y al cabo, Bush, su mayordomo inglés y el sujeto que asna, son necrófilos y, además, cobardes. Asesinan a los que ya están muertos de hambre, de enfermedades y de miseria, y a los que no tienen nada o prácticamente nada con qué defenderse: afganos, somalíes, iraquíes, indocumentados que se tragan aún la mentira del sueño americano y esto, sin contar los millones de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados por el imperio en doscientos años de crimen y saqueo, que aún esperan venganza.
Nazis. Un poco más almibarados y melifluos que los de antes, pero con más alma hamponil y canallesca. Nazis, saboteadores de toda legalidad y de todo derecho, más obscenos y ridículos en su lenguaje de travestis, sino fuera por la tecnología de destrucción masiva que los guarece —a Hitlercito Bush, al mayordomo inglés que le extiende la alfombra, al que asna y a los otros pocos homúnculos que los acompañan en sus odios y en su amor a la muerte—.
Pobre mundo y pobres de nosotros, si seguimos dejándonos llevar al matadero por estos tristes asesinos. Pobre educación y pobre cultura y pobre civilidad y pobre buena salud y pobre bienestar y pobres valores y pobre, pobrísima, casi en estado agónico vida espiritual y religiosa, si dejamos que sean los asnos los que la diseñen a pólvora y metralla. Pobres de nosotros, porque si esto sucede, nos lo merecíamos.
La estupidez y el cretinismo como símbolos de este milenio —y el miedo, el miedo omnipresente, el miedo como única certeza de la sepultura de la vida—. Porque, nazis al fin y al cabo, Bush, su mayordomo inglés y el sujeto que asna, son necrófilos y, además, cobardes. Asesinan a los que ya están muertos de hambre, de enfermedades y de miseria, y a los que no tienen nada o prácticamente nada con qué defenderse: afganos, somalíes, iraquíes, indocumentados que se tragan aún la mentira del sueño americano y esto, sin contar los millones de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados por el imperio en doscientos años de crimen y saqueo, que aún esperan venganza.
Nazis. Un poco más almibarados y melifluos que los de antes, pero con más alma hamponil y canallesca. Nazis, saboteadores de toda legalidad y de todo derecho, más obscenos y ridículos en su lenguaje de travestis, sino fuera por la tecnología de destrucción masiva que los guarece —a Hitlercito Bush, al mayordomo inglés que le extiende la alfombra, al que asna y a los otros pocos homúnculos que los acompañan en sus odios y en su amor a la muerte—.
Pobre mundo y pobres de nosotros, si seguimos dejándonos llevar al matadero por estos tristes asesinos. Pobre educación y pobre cultura y pobre civilidad y pobre buena salud y pobre bienestar y pobres valores y pobre, pobrísima, casi en estado agónico vida espiritual y religiosa, si dejamos que sean los asnos los que la diseñen a pólvora y metralla. Pobres de nosotros, porque si esto sucede, nos lo merecíamos.
Pobre Juan Pablo II, al que los muy cristianos Bush y Blair y el muy católico sujeto que asna humillaron y despreciaron cuando el Pontífice oró y suplicó a los cuatro vientos por la paz, y tensó al máximo sus fuerzas para impedir la masacre, como despreciaron toda voz sensata. Papa en el destierro del espíritu. Papa en el exilio de la ignominia y la injusticia. Dios mismo —pero el nuestro, el misericordioso y justiciero, no el de ellos, dios mercenario de los grandes negocios de la muerte, oscuro diocesito vengativo y sangriento—, el Dios nuestro tendría que prepararse para salir al exilio, antes de acabar en masa sanguinolenta, pero, ¿dónde podrá Él hallar refugió? ¿dónde podrá uno, todos, los demás, hallar refugio? El que asna, ¿tendrá cara para hincarse delante del Santo Padre, cuando se haga el recuento final de tanto, tantísimo cadáver?
Pobre Organización de las Naciones Unidas, ya de por sí, desde hace tiempo bastante bamboleante, pero ahora, dinamitada desde adentro por los grotescos payasitos de la muerte, y por su amo. Y pobre Kofi Annan, que acaba como vil negrito con el herraje del esclavo grabado en plena cara.
Pobre pueblo de Estados Unidos, tan noble por un lado pero, tan aterrorizado por sus propios y grotescos bufones de la muerte. ¿De qué se asustan si esa fatídica carroña de Osama Bin Laden es el mejor apoyo y el mejor aliado del hitlercito que les tocó como presidente? ¿De qué se aterran, si los terroristas atienden sus negocios en Washington y no en ninguna otra parte?
Pobre pueblo de los Estados Unidos. Ojalá despierte y se dé cuenta de la sombría ratonera en que quieren encajonarlo sus mandantes, antes que sea tarde, y el desprecio del mundo termine por cubrirlos.
Pobre España, tan próxima, tan entrañable, pero la España bronca y rebelde, la insumisa, la del pueblo, no la de los señoritos y los fascistas, no al de los lacayos ni la de los que asnan, no los de la España convertida en traspatio del imperio yanqui.
Pobre pueblo de Estados Unidos, tan noble por un lado pero, tan aterrorizado por sus propios y grotescos bufones de la muerte. ¿De qué se asustan si esa fatídica carroña de Osama Bin Laden es el mejor apoyo y el mejor aliado del hitlercito que les tocó como presidente? ¿De qué se aterran, si los terroristas atienden sus negocios en Washington y no en ninguna otra parte?
Pobre pueblo de los Estados Unidos. Ojalá despierte y se dé cuenta de la sombría ratonera en que quieren encajonarlo sus mandantes, antes que sea tarde, y el desprecio del mundo termine por cubrirlos.
Pobre España, tan próxima, tan entrañable, pero la España bronca y rebelde, la insumisa, la del pueblo, no la de los señoritos y los fascistas, no al de los lacayos ni la de los que asnan, no los de la España convertida en traspatio del imperio yanqui.
Bien por los millones de hombres y mujeres que, en todo el mundo, salieron a la calle, aunque sus voces de protesta hayan sido ignoradas por los nuevos (pero tan viejos) nazis necrófilos, bien por los que maldicen a los agresores y sufren de asco y de vergüenza por pertenecer a la misma especie que los asesinos y demás mercachifles que los acompañan. Bien por los que consideran que la dignidad y el decoro valen más, bastante más, que los intereses pecuniarios. Son nuestra última esperanza.
Pero, fueron pocos. Ojalá despertemos, antes de que a la puerta de la casa llegue nuestro horno crematorio.
Porque uno, optimista que quería seguir siendo, pesaba que había un límite a la imbecilidad y la estupidez humana, a su capacidad de destrucción y odio. No, no era cierto, Hitler-Bush, el que asna, y el mayordomo inglés, que también asna, vienen a demostrarlo.
Pero éstos, los emisarios de la muerte, sólo recibirán, junto al desprecio, el odio que sembraron.
(Texto leído en Radio UNAM, marzo 2003.)
Pero, fueron pocos. Ojalá despertemos, antes de que a la puerta de la casa llegue nuestro horno crematorio.
Porque uno, optimista que quería seguir siendo, pesaba que había un límite a la imbecilidad y la estupidez humana, a su capacidad de destrucción y odio. No, no era cierto, Hitler-Bush, el que asna, y el mayordomo inglés, que también asna, vienen a demostrarlo.
Pero éstos, los emisarios de la muerte, sólo recibirán, junto al desprecio, el odio que sembraron.
(Texto leído en Radio UNAM, marzo 2003.)